AMOR EN LA FAMILIA
Conocer, confiar y exigir
Formar a nuestros hijos en la afectividad es ayudarlos a desarrollar su capacidad de amar. El amor se transmite principalmente en la familia.
Aprender a Amar
La capacidad de amar es resultado del desarrollo afectivo
del ser humano durante los primeros años de su vida.
El desarrollo afectivo es un proceso continuo y secuencial,
desde la infancia hasta la edad adulta.
La madurez afectiva es un largo proceso por el que el ser
humano se prepara para la comunicación íntima
y personal con sus semejantes como un Yo único e
irrepetible; y que debe desencadenarse al primer contacto
del niño con el adulto perpetuándose a lo
largo de su existencia.
En la familia es donde se hace posible el amor, el amor
sin condiciones; los padres que inician la familia con una
promesa de amor quieren a sus hijos porque son sus hijos,
no en razón de sus cualidades. "La familia es
un centro de intimidad y apertura".
Es en el seno familiar donde cultivamos lo humano del hombre, que es el enseñarlo a pensar, a profundizar, a reflexionar. Es en el ámbito de la familia donde el hombre aprende el cultivo de las virtudes, el respeto que es el guardián del amor, la honradez, la generosidad, la responsabilidad, el amor al trabajo, la gratitud, etc. La familia nos invita a ser creativos en el cultivo de la inteligencia, la voluntad y el corazón, para poder contribuir y abrirnos a la sociedad preparados e íntegros. El amor de la familia debe trasmitirse a la sociedad.
La familia es el primer ambiente vital que encuentra el hombre al venir a este mundo y su experiencia es decisiva para siempre.
El otro aspecto fundamental de la influencia del amor, dentro de la familia lo encontramos en el desarrollo de la persona, más particularmente, de los hijos.
Cada familia, aun sin pretenderlo crea un ambiente (de amor o de despego y egoísmo, de rigidez o de ternura, de orden o de anarquía, de trabajo o de pereza, de ostentación o de sencillez, etc.) que influye en todos sus miembros, pero especialmente en los niños y en los más jóvenes.
CONOCER.
Amar es buscar el bien integral del otro. El que ama y sólo
el que ama, conoce bien a la persona amada, porque la conoce
no sólo como aparece sino como es por dentro, y más
aún conoce "su posible", aquello que puede
y "debe" llegar a ser. Como dice Paul Valéry
"lo que es más verdadero de un individuo, lo
más de él mismo, es su posible, lo que puede
llegar a ser".
Partiendo del hecho de que el hombre "es un ser en proceso" pensemos que es en la familia donde más va a avanzar dentro de este proceso. Así podremos valorar la trascendencia de nuestro amor a los hijos. Nuestro amor será responsable de que ellos alcancen la estatura que deben llegar a tener, en todos los aspectos de su persona.
El que ama no sólo conoce lo que la persona amada puede llegar a ser, sino que "le ayuda a ello", le ayuda a que desarrolle todas las potencialidades que tiene y que muchas veces ignora, le ayuda a que sea lo que puede llegar a ser.
CONFIAR
La psicología afirma que el afecto estimula el aprendizaje
y desarrolla la inteligencia gracias a la sensación
de seguridad y confianza que otorga y que se desarrolla
lentamente a través de la infancia, la niñez
y la adolescencia.
La persona humana que está siempre en proceso de
irse haciendo, es un ser con cierta dosis de inseguridad.
El que se siente amado experimenta dentro de sí una
fuerza que incrementa su seguridad.
Sentir la confianza de las personas queridas es, no sólo
de gran ayuda, sino en muchas ocasiones "vital".
Confiar no significa hacerse de la vista gorda, consentir, ceder. Confiar significa creer en la persona a pesar de que los hechos estén en su contra.
Confiar en alguien implica ser paciente, saber esperar.
¿Cómo podemos infundir confianza en nuestros
hijos?. Ayudándoles a que descubran sus cualidades,
limitaciones y defectos. Ayudándoles a que desarrollen
cualidades, animándoles y aplaudiendo sus logros
por pequeños que sean, ayudándoles a que descubran
a dónde pueden llevarles sus inclinaciones si no
las dominan y sobre todo, haciéndoles sentir nuestro
cariño. Para esto necesitamos no sólo paciencia,
sino también tiempo.
Lo contrario de la confianza es descargar sobre nuestros hijos nuestro coraje e impaciencia, echar en cara sus torpezas, fallas y malas acciones, sin transmitirles la seguridad que tenemos de que pueden cambiar. El decirles "eres malo" en lugar de "lo que hiciste" es una acción mala.
EXIGIR.
Exigir es un ingrediente esencial del amor.
Sólo quién en nombre del amor sabe ser exigente
consigo mismo puede exigir por amor a los demás;
porque el amor es exigente. Lo es en cada situación
humana.
Amar a los hijos no significa evitarles todo sufrimiento.
Amar es buscar el bien para el ser amado en última
instancia y no la complacencia momentánea. Es posible
que algunas veces por amor a un hijo le generemos una frustración
momentánea que en realidad lo prepara para un bien
más grande.
El amor necesita disciplina.
Citamos a Ignace Lepp, en su libro Psicoanálisis
del amor nos dice:
"El amor auténtico es el más eficaz creador
y promotor de la existencia. Si tantas personas - bien o
mejor dotadas - siguen siendo tan mediocres, se debe a menudo,
a que nunca han sido amadas con un amor tierno y exigente"
El amor en la familia tiene dos cometidos fundamentales:
1. Enseñar el amor, aprender a amar. Revelar, custodiar
y comunicar el amor, y proyectarlo a la sociedad.
2. Ayudar a cada uno de sus miembros, especialmente a los
hijos, a que desarrollen todas sus potencialidades, que
lleguen lo más cerca posible, a lo que deben llegar
a ser, que alcancen la vocación a la que han sido
llamados por su Creador.